29 mar 2012

Huejotzingo, Puebla


En 1524 llegó a Nueva España la orden franciscana con el primer grupo organizado de misioneros, encabezado por fray Martín de Valencia. Ese conjunto de los llamados “Doce”, junto con otros frailes que habían llegado antes a estas tierras, entre ellos Fray Juan de Tecto, Fray Juan de Ahora y Fray Pedro de Gante.
Se constituyó rápidamente la custodia del santo evangelio de México, dependiendo de la provincia española de Extremadura, y sus miembros se dividieron para fundar los conventos de México, Texcoco, Tlaxcala y Huejotzingo, que correspondieron a los núcleos de población más numerosos de la zona de Michoacán y nueva Galicia. En 1533 y 1535 se avanza hacia Jalisco Zacatecas Durango y Nayarit.
En 1535 la custodia del santo evangelio de México se convirtió en provincia independiente de España y las custodias de todo el territorio quedaron bajo su jurisdicción, hasta que en 1565 se convirtieron en provincias; Yucatán con la Advocación de San José, Michoacán bajo la protección de San pedro y San Pablo, y Guatemala dedicada al santísimo nombre de Jesús.
Los edificios del siglo XVI que actualmente se conservan son, en su inmensa mayoría, construcciones del periodo de consolidación, a los primeros momentos de expansión casi siempre correspondieron construcciones provisionales. Por lo que muchas veces el hecho de que estuviera oficialmente fundado dicho convento, no significaba que ya estuviera construido.
En un principio se levantaron conventos sencillos, humildes, acordes a los votos de pobreza de la Orden, sin embargo, en el auge de la actividad constructiva se llegaron s erigir edificios grandes y suntuosos. 

La explicación se esta importante transformación en el sentir de la Orden se encuentra ya en las primeras crónicas de los frailes, como la de Motolina, quien dice que el culto de Ornato, música y pompa era necesario para atraer a los indígenas a la nueva religión, es decir, había que impresionarlos.
Tales razones, aunadas al espíritu de competencia que sin duda existió entre las órdenes, y al poder no solo religioso sino también político y social que alcanzaron  los frailes provocaron que sus construcciones monásticas llegaran a lo superfluo, a excesos de lujo, tanto que las propias autoridades civiles y religiosas levantaron enérgicas protestas. Fue don Antonio de Mendoza quien a mediados del siglo estableció, de acuerdo con los provinciales de las tres órdenes, una serie de reglas o instrucciones conocidas como la traza moderada para poner así un control y orden a la fiebre por construir. De allí que la mayoría de los conjuntos edificados desde esa época, presente una serie de constantes en cuanto a cada una de sus partes y su distribución.
La gran actividad constructiva decayó hacia los años 1570 y 1580, debido a que la colonización había cubierto la mayor parte del territorio; las fundaciones hechas en los años cincuenta se habían finalizado y el clero secular exigía sus derechos, quitando las múltiples prerrogativas otorgadas ante el clero regular, y de manera especial era relevante el hecho de que la población nativa había crecido de forma impresionante.



Los Atrios
También llamados patios, los atrios comprendían la mayoría de las veces grandes extensiones de terreno, generalmente estuvieron delimitados por bardas de distintas formas y dimensiones. Por los ejemplos que se conservan parece ser que predominaron las altas tapias de fuertes muros de mampostería, o bien sillares procedentes a veces de los restos de los templos prehispánicos rematados por merlones y almenas casi siempre de sección cuadrangular o piramidal. Resaltan los grandes atrios de Huejotzingo, Cuauhtinchan o Huaquechula Xochimilco, Tula y Tultitlan.
Los accesos atriales fueron así mismos objeto de importantes composiciones.


Los estilos
Los historiadores del arte han intentado - por cierto, sin mucho éxito – clasificar etílicamente esas obras con base en las direcciones artísticas coexistentes en el viejo mundo en el siglo XVI. En realidad, ninguna obra es puramente mudéjar, ni gótica, ni plateresca o manierista, ni siquiera tequitqui; el estilo de los grandes conjuntos monásticos del siglo XVI es justamente europeo expresado en el contexto novohispano. La mezcla libre de elementos, la hibridación de formas, estructuras, materiales y mano de obra es lo que les dio vida y fuerza, e hizo diferentes a estos monumentos que así adquirieron personalidad ´propia y por ende, valor histórico, plástico y estético.

 Iglesias
En general, los edificios que se construyeron más tardíamente fueron las iglesias. A veces, su factura requirió de varios años. Dada la importancia del recinto, los proyectos fueron ambiciosos y en ocasiones se necesitó la intervención de especialistas, así como de gran cantidad de material y mano de obra.
Las iglesias de la orden son predominantemente de planta cuadrangular, de una sola nave, aunque a veces las haya basilicales, de ábside plano o poligonal. Las techumbres varían e incluyen bóvedas de nervaduras, de medio cañón corrido, combinaciones de ambas técnicas, de madera, artesonados y alfarjes. En su exterior los muros son lisos, apoyados por contrafuertes, o arbotantes; en muchos casos están rematados por merlones y almenas, elementos que justifican el apelativo de iglesias- fortalezas como ha sido común denominarlas.
La ornamentación a base de relieves tallados se advierte sobre todo en las portadas, vanos de ventana, arcos triunfales, techumbres, campanarios, torres y espadañas; señalando tramos y rematando parámetros.
Los motivos más usados fueron los escudos de la orden, a las 5 llagas sangrantes de Cristo, representaciones del cordón en el que ataban sus hábitos, flores, cartelas, grutescos, pero sobre todo motivos alusivos a temas cristológicos y marianos, como anagramas de Cristo Jesús y la Virgen, veneras (conchas), símbolos pasionarios como la cruz, la corona de espinas, los clavos, entre otros. No faltan, por supuesto, los motivos geométricos como gran variedad de arcos, columnas, paneles, alfices, molduraciones, recuadros, casetones, etcétera. Todos ellos enriquecen las construcciones y nos permiten aún apreciar la magnificencia alcanzada por la orden.








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