Siglo XII. Jerusalén -El Reino de los Cielos- es controlada por los Cristianos, y la frágil frontera entre paz y guerra con los árabes está en manos de un Rey leproso y un grupo de caballeros y nobles que tienen ideas encontradas: mientras que unos quieren la guerra sin cuartel contra los no-convertidos, otros quieren la paz y convivencia entre religiones y culturas. Los árabes no lo tienen más fácil: la promesa de recuperar la Ciudad Santa pesa en los hombros de sus líderes, y los ejércitos están listos para cualquier ataque. Las Cruzadas en pleno y, en medio, una historia que nos acerca a este mundo lejano pero vigente, de odio, sinrazón y guerras bajo la excusa de Dios como factor determinante. El Reino de los Cielos tiene problemas humanos. Muchos problemas.
Francia, edad media. Un herrero –bastardo- recibe la visita de su padre, un Caballero de Tierra Santa que le invita a ir con él de regreso a la ciudad donde reinan los Cielos. Una vida local sin futuro, un crimen y una muerte son causa suficiente y la aventura del herrero –Balian- comienza. Su destino está marcado y es sólo el inicio de un viaje más allá de la distancia, un viaje hacia convertirse en el Caballero que puede ser, el hombre real bajo ese cuerpo.
Buena premisa, un inicio algo fuera de ritmo, pero los escenarios, el gusto por el tema y un diseño de producción majestuoso dan fuerzas para continuar. En el camino, cual Cruzados, poco a poco se llega a un punto complejo donde todo sucede porque sí, y donde muchas cosas se obvian y quedan en el aire. Si bien es cierto que sería absurdo pedir a una sola cinta que narrase Las Cruzadas en forma definitiva, la historia es buena pero termina por ser poco implicada más allá de las excusas para mostrar batallas, y no termina de mostrar la hombría y fortaleza que pretende mostrar en el héroe en cuestión.
Con un trabajo de producción impresionante, vestuario y extras al por mayor (digitales o no), la cinta ofrece unos momentos fastuosos, y pese a que no aspira a ser una lección de Historia sino un festín visual y una narración interesante, tiene ciertos elementos en contra, como huecos narrativos que llegan a afectar a la fotografía. Estos huecos en la historia son muchos y pesan en la forma de recibirla (desde el destino final del mortal enemigo del protagonista, hasta un proceso inverosímil en el que un herrero se convierte en estratega militar y en combatiente vencedor que al inicio no era tan bueno con la espada, por poner ejemplos), pero el problema principal está, me parece, en el protagonista elegido y en su peso emocional.
Con una tendencia clara a grandes épicas y cintas de aventura, el élfico Orlando Bloom convence a sus seguidoras, pero la verdad es que, pese a que la barba ayuda a mostrar madurez, su voz y sus dotes son los habituales, y arengando ejércitos o jugando a seducir a princesas, tiene el mismo efecto de siempre: jala taquilla pero su valía es muy moderada en términos reales y, en esta historia, la fuerza de un hombre debía ser el motor, y no termina de convencernos del todo, además del proceso ya mencionado como inverosímil: ese misterioso crecimiento espiritual y físico que permite a un herrero convertirse en estratega, en diseñador, en técnico, en héroe a la usanza clásica de resolverlo todo con los recursos de la época. No es mal papel, pero no es el de un héroe verdadero, y menos cuando será inevitable compararlo con los diversos héroes del género que saturaron las pantallas y recuperaron el gusto por este tipo de cine (Gladiador -del mismo director-, Troya, El Señor de los Anillos, etc.).
El resto del reparto es muy correcto y nos permite observar buenos papeles de un mediador Jeremny Irons, o un agresivo Brendan Gleeson. Hasta la poco conocida -pero ubicua- musa, Eva Green convence en su rol, y seduce con la mirada a cualquiera que dude; Liam Nelson nos deja con ganas de verlo más, pero su papel es más que bien llevado. Sin duda alguna, un buen reparto de apoyo al héroe que, cinta tras cinta, confirma estar en un buen punto de una carrera donde esperamos aún una digna actuación.
En esto del cast, un dato extraño: el rostro y cuerpo detrás de la máscara de hierro del leproso es en realidad el de Edward Norton. Una de esas cosas poco comprensibles, cuando el peso histriónico no requiere nombres grandes, aparezcan o no en el cartel, y pudo haber sido más discreto.
Las batallas de la historia son mostradas sin escatimar presupuestos, y el trabajo del director Ridley Scott es notable (saliendo bien librado de comparaciones, incluso consigo mismo, en términos épicos y de aventura), y el problema está en el hecho de no convencernos del viaje interior del personaje, el verdadero argumento detrás de la sangre y las espadas.
Una cinta que pudo llegar a mucho más, pero que se queda a ratos sin esencia, sin espíritu, quizá con el polvo del desierto, o quizá con el polvo de las partes no-narradas, de las ideas planteadas. En un momento de la cinta, se pide una guerra y alguien responde que eso lo sabe hacer. Una especie de auto-proclama, una verdad visual, un posible resumen. Mucho dinero invertido, bien mostrada, regularmente narrada y actuada sin muchas pretensiones, será uno de los éxitos de este inicio de la fase estival de las taquillas, pero en términos fílmicos aporta poco más que buenos escenarios y buenas batallas. La última frase en pantalla, cierre de la cinta, aún siendo verídica y dolorosa termina siendo la muestra de que por más visuales logrados, se necesita más para comprender la idea original a mostrar.
dahh
ResponderEliminarque comntario mas largo
ResponderEliminaridio estupido malparido hijo de re mil putas ojala te pudras en elk infierno